abril 29 de 2014
por Angélica Álvarez
¿Cree que no hay nada mejor?
Nada mejor que levantarse aturdido por el eco que dejan los autos apurados por encontrar un destino, mientras jugueteando por la ventana entra el olor que destila la ciudad, el humo contaminante, nada mejor que el sonido de los pájaros y el aroma de las flores opacado por la ‘‘civilización’’. La naturaleza pide a gritos no ser eliminada, se puede comprobar cuando las raíces de un árbol rompen el asfalto para abrirse unos centímetros del espacio que le han quitado, o cuando las flores rozan el metal oxidado de las rejas que las rodean. ¿Está seguro que es mejor ver la lluvia caer sobre el gris pavimento, que sobre la flor humectada por el frío de la noche? Al parecer, resulta mejor ver la televisión, mientras afuera encandila la luz perfecta del cielo al atardecer con destellos de oro sobre las hojas verdes, como los ojos del niño que aun se emociona viendo a las hormigas cargar hojitas en fila.
¿Cuántas personas dicen amar las plantas y lo único que cuidan son tres materas que tienen en el patiecito o en la sala? De vez en cuando deberían apagar el televisor, acostarse en el prado y mirar la tarde caer sobre el árbol que rompe el asfalto, la flor que roza el metal, el niño que observa las hormigas, y las fábricas satisfechas de la producción -contaminación- del día. Dentro de este lugar de mil luces, el verde intenta hacer equilibrio, tratando de brindar pureza al aire que usted inhala cada segundo.





