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Somos personas, no máquinas
abril 14 de 2015
por Verónica Ruiz
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Fotografías: Andrés David Bermúdez
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¿Quién dice que ser maestro es tarea fácil? El reto de erigirse como docente y pararse frente a una clase de 30 alumnos durante dos horas, no es un desafío que cualquier persona pueda afrontar. A fin de cuentas, como lo presentan muchas teorías, el hecho de que poseamos un excelente dominio del tema, no nos garantiza que la clase y la transmisión del conocimiento durante la misma, sea de principio a fin exitosa. Sí, es verdad, debemos tener conocimiento previo de lo que vamos a hablar, pero ¿Cómo enseñar? ¿Qué metodología y qué tono de voz usar? ¿Ser teóricos o prácticos? ¿Debo cambiar mi forma de expresarme de acuerdo a la edad de la audiencia? ¿El material que llevo es suficiente para toda la clase?

 

Así es como una serie de preguntas -que quizá puedan ser infinitas y que llegan a nuestra mente de una forma inesperada- invaden la confianza, nos llenan de inseguridades y de miedos que probablemente nos impidan mostrar nuestro potencial. Escribo desde mi punto de vista como futura docente y gracias a lo que he aprendido hasta el momento en mi carrera: a usted le dan las herramientas básicas, lo estrictamente necesario, el marco teórico, el esqueleto; escasamente sabe cómo pararse en el aula a presentarse como maestro, dar la clase que con esfuerzo fue preparada y, quizá, tratar de imitar el estilo de algún profesor que lo marcó, porque ni siquiera tiene en un principio uno con el que se identifique.

 

Nadie nos da la receta mágica sobre cómo dar una clase 100% exitosa. En efecto, creo que nadie lo sabe; es algo que se aprende, como todo, gracias a la más sabia de todas, la experiencia. Me atrevería a hacer cierta analogía, quizá un poco irreverente, pero podría decir que ser maestro se asemeja bastante a ser madre, aunque no soy ni lo uno ni lo otro, puedo hacer un marco comparativo apoyada en mis vivencias: un día se lanza al vacío, es madre, tiene la tarea de criar, desarrollar el pensamiento de su hijo, su criterio, darle alas y luego ver como recoge sus frutos, buenos o malos, y es hasta el final que se da cuenta si su esfuerzo valió o no la pena, si usó los métodos correctos, pero es en el camino que se aprende a ensayo-error.

 

Así se moldea, no solo el niño aprende, usted aprende de él, él es su alumno y a la vez su maestro, similar a la relación de profesor-estudiante.  Nadie le dice cómo ser madre, nadie le dice cómo ser maestro, pero cuando se atreve, pierde el miedo, cuando lo pierde, no le importa fracasar, le importa aprender; y cuando ocurre esta metamorfosis, ahí está parado, detrás del tablero marcando la vida de sus estudiantes. Digo marcando, porque recuerdo los profesores que me impulsaron a estar donde estoy ahora, y en el momento que sea maestra, me gustaría que alguno de mis estudiantes me recuerde y, evocando mis enseñanzas, piense que contribuí en su camino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Algunas personas preguntan, con tono de desconcierto, ¿usted será profesor? ¿Y eso sí es bien remunerado? Es lamentable  que interese más el factor dinero, que el factor conocimiento, pero bueno, a fin de cuentas estamos en una sociedad capitalista. Nadie se detiene a pensar en que el aprendizaje de todos los campos académicos es posible porque existe la docencia, y con ella, personas armadas de paciencia,  dispuestas a entregar todo lo que conocen, aun frente a estudiantes que no valoran la transmisión de ese conocimiento.

 

Constantemente desperdiciamos los espacios de aprendizaje aunque seamos  nosotros o nuestros padres quienes pagan por ellos. Si no es así, que alce la mano el primero que no se alegró porque el profesor no iba a dictar clase, o no deseó que estuviera enfermo, cuántos en la universidad no hemos rezado para que se pasen los 15 o 30 minutos que debemos esperar al docente de acuerdo al estatuto, he llegado a escuchar, incluso, cosas como “ojalá se ruede por las escaleras y no pueda llegar”.  No hay información inútil, el conocimiento se necesita para toda la vida, el aprendizaje no se detiene, como dicen por ahí, todos los días se aprende algo nuevo. 

 

 Lástima que muchas personas prefieran trabajar antes que estudiar, lástima que en un país como este, muchos no tengan la oportunidad de estudiar pero sigan pensando que la fe mueve montañas, y sí, quizá mueva montañas, pero de analfabetas y de ignorantes que siguen esperando que los milagros lleguen por obra divina. Ojalá algún día nos alcance la neurona que medianamente utilizamos para ver más allá de lo obvio, y entender que no tener conocimiento ni capacidad de desarrollar criterio es una de las razones por las que nos siguen tildando de tercermundistas y nos siguen considerando mano de obra barata.

 

No ser capaces de desarrollar el pensamiento para llegar a la ilustración, ni siquiera nos “rebajaría” a la categoría de animales  -aunque considero que ellos son más inteligentes que nosotros- si no que iríamos, directamente, a ser máquinas. Es una realidad latente, nos entrenan a través de técnicas conductistas para ser otro asalariado más, con un sueldo que baste para sobrevivir, trabajando, si se es afortunado, 8 horas diarias, quizá 10, o, con menos fortuna, hacer turnos de 12 y 13 horas. Y esa es la programación con la que probablemente viviremos más de la mitad de la vida. Una vida siendo máquinas, máquinas para el trabajo, máquinas para hacer dinero, máquinas reproductoras, máquinas.

 

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